Masaru Emoto fue un científico japonés que luchó por convencer al mundo de que el agua es “el alma del universo”. En sus investigaciones descubrió que el elemento agua es “conciencia líquida”, siendo su estructura molecular capaz de registrar las vibraciones de sonidos, de colores, de formas, de palabras, de emociones y de pensamientos.
Sus largas investigaciones comenzaron hace más de 25 años, buscando el modo de visualizar el poder sanador de los preparados homeopáticos que empleaba como terapeuta, y en los que el agua era la base fundamental. A través de diferentes experimentos realizados con los cristales del hielo del agua, logró demostrar que esta sustancia líquida tiene memoria y registra las vibraciones de cualquier sustancia disuelta en ella. ¡Incluso si la disolución es infinitesimal y no detectamos en esa agua ni una sola molécula de dicha sustancia! Quedando registrada esa información de alguna forma en el agua.
Algo que nos explicó mediante la siguiente prueba científica: “Disolví una gota de aceite esencial de flor de cerezo en agua destilada. La congelé y luego la descongelé lentamente: fueron formándose cristales, visibles sólo al microscopio. Los fotografié y filmé. ¿Qué forma adoptaron esos cristales de agua? ¡La de la flor del cerezo!”
Este experimento lo repitió con otras flores. Y la forma del cristal siempre replicó la geometría de la flor en cuestión. Masaru Emoto pensó que este sorprendente hecho pudo ser debido a que se trata de una información profunda, vibracional, que persiste y resuena: el agua la capta y la registra; y al cristalizar se visibiliza, y podemos contemplar su geometría.
Pero su ejemplo favorito fue el del monje zen. “Le entregué un frasco con agua de un lago contaminado que no cristalizaba armónicamente, y por tanto, generaba una cristalización deforme y fea. El monje meditó y proyectó su beatitud sobre ese frasco de agua. Cuando cristalicé una gota al microscopio, ¡oh, desplegó un cristal muy hermoso!”
A lo largo de su trayectoria, Emoto fue estudiando el comportamiento del agua obteniendo siempre el mimo resultado: Sometidos a ondas vibracionales adecuada, conforman bellísimos cristales, siendo los más despampanantes los hexagonales con soberbios despliegues fractales.
Por otro lado, también esrtudií el efecto de la música y de las imágenes en el agua. A través de sus test, sometió al agua a distintos tipos de música, y fue muy célebre su demostración de al agua le disgustan la música heavy y la estridente. En cambio, le encantan la de Mozart y la clásica en general.
Aunque la canción favorita del agua según él era Blanca y radiante va la novia”, que en el fondo es la misma melodía del Ave María. “El agua expuesta a esta música cristaliza con un hexágono muy armonioso”, demostró Emoto.
En definitiva, el agua es la medicina del futuro siempre que sea tratada con buenas vibraciones. El agua tiene que ser extraída de yacimientos subterráneos, muy estable. Las que emanan de manantial son mejores porque está dispuesta a servir a todo el que quiera beberla. ¡Nada alegra más al agua que fluir y brincar por la naturaleza!
Por el contrario, las aguas de grifo están enfermas, mortecinas, no vibran, de ahí que las cristalizaciones que produzcan sean feas.
Emoto nos aconsejó pegar una etiqueta con la palabra gracias o amor en los recipientes donde conservamos el agua. De esta forma, el agua se alegrará, se vivificará, se purificará: mejorará. Y nos mejorará también a nosotros.
El japonés sostuvo que los cristales del agua visibilizan y muestran toda la información almacenada por esta, dejando una honda huella en su estructura. Cuanto más cerca de la naturaleza esté el agua, más armónicos serán sus cristales. “Si la naturaleza es bella, el agua también lo será, y viceversa”.